El pulso de la popularidad y aceptación de un mandatario se mide en la calle y no en las oficinas de las casas encuestadoras, ni lo que aconsejan los medios de condicionamiento a los replicarios anticonceptistas, que en la intimidad acaban votando por lo que critican. Francisco Huerta, pionero del periodismo civil en México, me decía. "Cuando dejemos de observar máscaras con la figura presidencial en los semáforos por los limpiavidrios que se burlan del mandatario en turno y en vez, veamos expresiones de aceptación, entonces tendremos el mejor parámetro de nuestras respuestas". Fue en el Estadio Azteca en un encuentro eliminatorio de la selección mexicana para el mundial de fútbol, en donde apareció por primera vez la máscara con la figura del rostro de Carlos Salinas de Gortari de manera masiva; después siguieron junto con sus sexenios, las de Zedillo, Calderón, Fox y Peña, para después aparecer, de manera poco habitual, muñecos amables que simulaban la figura de Andrés Manuel López Obrador, y en donde las máscaras de enojo no aparecieron, más que en aquellas marchas no espontáneas pero organizadas por grupos antiprogresistas que han sido tan desoladas que han tenido que buscar alianzas y fusión de fórmulas, al grado que los panistas ya son perredecombinados. El lópezobradorismo ha sido una manifestación con gran fuerza popular que hasta rebasa la política, y que solamente se había visto en los sexenios presidenciales de Madero y Lázaro Cárdenas. Lo que resulta un hecho innegable en la historia del México contemporáneo, y que analizaremos en profundidad en próximas oportunidades, pero que ahora quisimos señalar el hecho, y el recuerdo a Huerta. Más en www.somoselespectador.blogspot.com