Con el asesinato a Luis Donaldo Colosio; el empresariado de
México soltó un manotazo sangriento para avisarle al poderoso presidente en
turno , que de este suceso en adelante, sería parte del negocio saqueador pero
que los grandes inversionistas serían los
que tendrían el verdadero mando de este
país y así enterraban al
presidencialismo y las agachadas que se
enmarcaban en el Informe de Gobierno
hasta desaparecerlo. La tragedia de México no era solamente la muerte de un candidato a la silla de
corrupción a la cual quería llegar y que
se había ganado a pulso, sino el entreguismo presidencial ejemplificado a su
máxima expresión en los posteriores
mandatarios, como lo fue la vergüenza foxista, calderonista y que culminó con su prototipo perfecto en Enrique Peña
Nieto. Todavía existen interrogantes
sobre la muerte de Colosio con un juicio popular que apunta como culpable homicida a Carlos Salinas de Gortari y oficialmente a
un asesino solitario. También existen las teorías de los dos Aburtos y la
transformación arquitectónica,
inoportuna, de la explanada de Lomas
Taurinas, así como los asesinatos a
quienes estaban ligados con la
investigación de aquel candidato del PRI para la Presidencia de la República.
Sin embargo, pocos se preguntan, sí el homicidio referido pudo haber sido
causado por el sector financiero que había sido engañado por Salinas y que posteriormente todo se enmendó con el
FOBAPROA, o sí se trató de una marca de territorio por medio de una
señal contundente, para avisar de que el
patrimonio del gobierno ya no sería parte de la riqueza ni del Estado ni de los que componían el gobierno para su
patrimonio personal; sino que ahora sería repartido por la esfera empresarial en la
maniobra de la privatización y la quiebra paraestatal, para abrir puertas a las operaciones ilícitas y criminales, cuyo
punto de partida simbólica se presentó en 1994 con la muerte de Colosio y que daba los mismos tintes, también con el
asesinato a José Francisco Ruiz Massieu, seis meses después del asesinato a
Luis Donaldo; lo que dibujaba un dedo apuntador al mando empresarial absoluto, como una nueva
agrupación de organización política y de
gobierno para hacer del Estado mexicano: un Estado violento, defraudador y
fallido.