La presión se palpa, se respira, sales a la calle y sientes
el constante bombardeo hacia tu cuerpo. ¿Qué tendrá que tanto les molesta? ¿qué
tendrá que quieren controlarlo, modificarlo? ¿Por qué el cuerpo de las mujeres
siempre necesita reparación? ¿Por qué se empeñan en hacernos creer que somos
imperfectas? Esa cruel e insistente expectativa sobre cómo debemos parecer no
sólo atañe al propio cuerpo al cuál se trata de controlar con todas las
herramientas de las que dispone el patriarcado, sino que sigue apuntando en
pleno siglo XXI y de forma muy contundente hacia cómo debemos comportarnos,
actuar y tomar nuestras decisiones marcadas en todo momento por los dos
mandatos de género más potentes que todavía las mujeres debemos cumplir: formar
una familia y tener hijos. “¿Por qué no tienes pareja? ¿Cuándo vas a ser madre?
¿Vas a estar siempre sola? Una mujer sin hijos es un jardín sin flores. La
maternidad la mejor cosa que te puede pasar en la vida, te realizas como mujer.
Se te va a pasar el arroz”. Y por si no fuera poca la presión y el nivel de
exigencia, una vez siendo madres se espera que lo seamos de manera eficiente e
incondicional rozando la perfección y siendo capaces de conjugar estas tareas
con la de buenas profesionales a riesgo de poner en peligro lo ya conseguido en
el plano laboral.Y es que pese al extraordinario cambio que han traído consigo
nuestras democracias en los últimos años en términos de autonomía e
independencia económica de la que gozan muchas mujeres, ninguna estamos ajena a
tener que enfrentarnos con lo que se espera de nosotras en cada esfera de la
vida y muy especialmente observadas y juzgadas por nuestras decisiones
personales. Si cumples con tu asignado rol de género la sociedad y el entorno
deja de molestarte por algunos años, pero nunca permanecerás exenta de ser juzgada
por similares parámetros si decides en el camino cuestionar o cambiar parte de
lo establecido. En cualquier momento de la vida de una mujer siempre deberá
lidiar entre lo que se espera de ella, de su comportamiento, de su imagen, de
sus elecciones y lo que realmente cada mujer necesita, le interesa o anhela en
función de su condición sexual, su estatus económico, el color de su piel y, en
definitiva, su realidad. (texto de Paloma Lapuente)