Seamos realistas y no pidamos lo imposible como lo aconsejaba la irreflexión estudiantil mundial de los años sesentas, que se toparon con un movimiento abortado pero a la vez, fomentador de la cultura de la marcha como desahogo de la impotencia de no evitar el saqueo moral, ético y económico y como estrategia para el agotamiento infalible de la protesta. Subámonos hasta la punta de la montaña formada por basura y desde allá arriba, veamos el chiquero de un país rico pero que se ha arruinado, y hagámonos la pregunta; qué Institución, qué poder constituido y constitucional, qué Asociación Civil, que grupo empresarial, qué medio de comunicación o comunicador, qué ministro de la Iglesia, qué cámara u órgano independiente, qué estructura gubernamental o privada, qué esfera empresarial, de comercio o empresario, que luchador social, programa altruista o qué banquero, profesionista, sindicato o líder sindical, ciudadano común o donde se le busque, cumple con la aceptación de la mayoría de los mexicanos, como la tiene el actual Presidente de la República. No existe otro personaje en la vida pública del país que tenga una aprobación del sesenta al ochenta y cinco por ciento,según toda clase de encuestas, ni excandidato que haya podido obtener 30.1 millones del total de los 56 millones de votos emitidos por parte de los mexicanos. Lo calculable no es lo mismo que lo negable, como lo quieren confundir, los corruptos y comodines que extrañan el antiprogresismo que los ponía en una situación tan cómoda como corrupta, que los hace desesperarse ante la determinación democrática y la decisión de las mayorías. Ante tal situación es claro que el país necesita determinaciones de gobierno emergentes ante la oficina criminal y al servicio del saqueo del Estado que ha sido heredada, y cuya situación va más allá de lo ideológico, aunque para los resistentes, el saqueo nacional y el menosprecio de las clases sociales desprotegidas, lo consideren también una ideología en vez de una infamia y una distorsión de valores. La recuperación del país de una manera pacífica para muchos no es la efectiva pero sí la conveniente, si la respaldada y la correcta, y para ello se deben utilizar las mayorías que sustituyan la podredumbre institucional y legal, que todavía causa invalidez a la reconstrucción del Estado o por lo menos del gobierno. Ante la situación emergente, no se pueden ni solicitar ni exigir los procedimientos que deben aplicarse en una República restaurada aún con lo peligroso que esto representa, pero que resulta de menor peligro a la acción fraudulenta, apátrida y delincuencial con la que se sostenían los anteriores gobiernos. Aunque en cualquier buen ser humano debe imperar lo justo antes que lo legal, es claro que la justicia no puede ser un criterio individualista o parcial, por lo que es un error aplicar únicamente la justicia sin la creatividad como base de la solución política y sin perder de vista la certidumbre que trae consigo la seguridad. Por ahora, el país debe tomar los riesgos políticos que sean necesarios para desconfigurar la podredumbre social y política, que manos extranjeras, así como políticos y ciudadanos nacionales con dolo o sin éste, sí han construido; unos por acciones y otros por omisiones, actos que son igual de graves. El contar con un Presidente de la República con convicciones martilladas de honestidad, no es una situación ni siquiera -medio suficiente- para el saneamiento de México, pero sí para dar un paso importante en su recuperación aún ante los ojos incrédulos de quienes tienen pensamientos y educación arraigada al estancamiento tradicional y de aquellos otros, que observan con desesperación, como se desmorona su proyecto corruptivo de vida, mismo que tratan de defender, con sus únicos argumentos que son el autoengaño, el cinismo y la grosería, en un país que en menos de tres años, ya presenta cambios de funcionamiento, que habían sido anticipados por quien antes de ser Presidente de la República, primero fue candidato.Más en www.somoselespectador.blogspot.com