A más de 1.4 millones de mexicanos, no les alcanza ni siquiera el
producto de su trabajo para adquirir una canasta básica, es decir ni aún
trabajando salen de la extrema pobreza
por lo que después de sus actividades laborales tienen que acudir a
sitios como la Central de Abastos para recoger sobrantes de frutas o alimentos.
Las personas en situación de pobreza extrema disponen de un ingreso tan bajo
que, aún si sólo lo dedicase a adquirir alimentos, no podría adquirir los
nutrientes necesarios para tener una vida sana. Aunque el Presidente Peña Nieto
aseguró en su pasado y penúltimo informe de gobierno que la pobreza extrema, terminará en nuestro país en
menos de una década, si continuamos con
su plan económico; las cifras dicen todo lo contrario, ya que la alerta económica
ya no es la pobreza de los mexicanos –de la cual ya mejor ni hablamos-
sino la amenaza de la pobreza extrema.
Sin embargo el Ejecutivo Federal tapa dichas cifras, justificando que aumenta
el número de riqueza entre los que ya son millonarios y en la creación de
empleos, que son mal pagados y temporales, por lo que para lo único que sirven
son para las estadísticas. En un sexenio desastroso para Peña con dos millones
de nuevos pobres y colocando a México como
el país de Latinoamérica incapaz de revertir su pobreza, el Presidente
todavía se enoja de quienes informan lo contrario de sus discursos, y se escuda
con las “reformas Estructurales” que en nada han servido para los mexicanos
pobres a quienes se les prometió beneficios tras haber vendido los recursos
naturales de su país a manos extranjeras. La lluvia arrecía en este sexenio,
pero no es una lluvia sana de las que muchos disfrutamos al mojarnos o como
aquella a la que nos invitaba Jorge Luis Borges a permitirnos disfrutar sin
paraguas; sino lo que tenemos enfrente es un
torrencial económico, como consecuencia del modelo neoliberalista que
está comprobado que en México está agotado y sin efectividad. Setenta y cinco millones de personas en América Latina y el
Caribe aún viven en pobreza extrema, la mitad de ellas son ciudadanos de Brasil
y México. Mientras que en la realidad, el gobierno mexicano tiene serios motivos para estar
preocupado, su jefe del ejecutivo federal
se irrita por “los amargados” que
no se concretan a sus discursos y a los
mensajes de comunicación social que sus dependencias emiten.