jueves, 22 de febrero de 2018

CIEN PEROS















Asumir la responsabilidad de no preparar una pista de aterrizaje idónea para el helicóptero en donde viajaba  el secretario de Gobernación Alfonso Navarrete Frida y el Gobernador del Estado de Oaxaca, Alejandro Murat,  para inspeccionar los daños que pudo causar un sismo (sin saber específicamente de que daños se trataba), y querer llegar justo al área en donde se le pide a las personas se refugien después de un temblor, para lograr  el deslumbrón político; no basta con un usted disculpe, cuando se sabía que no había iluminación para el aterrizaje en una cancha de fútbol que  levantaría polvareda con las hélices  de la aéreonave.   El general  Salvador Cienfuegos ha tenido la desfachatez de no solicitar su renuncia y el Presidente Peña  de no reemoverlo de su cargo, a quien pretende ejecutar una  ley de Seguridad Interior, para militarizar al país, con el pretexto de atacar a  la delincuencia, ocupando la función de  la policía, cuando el estratega militar no es capaz ni siquiera de planear el aterrizaje de un helicóptero.  La negligencia provocó, que los habitantes de  Santiago Jamiltepec, Oaxaca, quienes estaban sanos y salvos del  sismo, fueran atropellados por la nave militar por la premura política de querer deslumbrar y la torpeza del “generalote”, lo que provocó más de doce muertos, cuando  al principio solamente se hablaba de dos, y  que también provocó, una decena de heridos, incluyendo el caso de una niña quien vivió el drama  al observar como atropellaban a su familia. Después  a la menor, Monserrat de doce años de edad, le tuvieron que amputar una pierna y después la otra. “Yo asumo la responsabilidad” dijo Cienfuegos  ante la insistencia del presidente Municipal del lugar de la tragedia, - Efraín de la Cruz- que señalaba que la cancha donde reposó el helicóptero tuvo que ser regada para evitar lo ocurrido. Sin embargo Salvador Cienfuegos se ha limitado a platicar con los habitantes afectados  como si se tratará de un redentor, y a señalar que ya nada puede hacer, al no tener el poder para revivir a los fallecidos. Sin embargo “el inútil militarote” sigue desayunando, comiendo y cenando,  con el  producto de un ingreso económico que no desquita  como servidor público y con lo que mancha la honorabilidad de las fuerzas armadas mexicanas. Una cosa es un accidente al que nadie está exento y  la otra, una negligencia convertida en tragedia.  Por lo que está visto, que la  verdadera estrategia que sí tienen calculada los ineptos y corruptos gobernantes, es aquella de dejar pasar los días y que el olvido haga su cometido.