Fue hasta las primeras décadas del siglo pasado, en que el
sindicalismo nació en pleno en nuestro país, con batallas nobles, contadas, pero
significativas. Sin embargo de la mano priísta y posteriormente del imperio
empresarial, la agrupación de trabajadores se convirtió en un feroz lobo con
piel de oveja, con la libertad de asociación como base pero con la defensa
laboral como único adorno de estructura cuya funcionalidad resulta de manera distorsionada, primero para la
conservación del poder y ahora para el
control políticoempresarial; sin un alto al neoliberalismo, mediante trucos consistentes en la tolerancia del robo sindical y la llegada del presupuesto empresarial de manera corruptiva. El 2018 será
marcado como un año importante en la historia de México, en donde en el sexenio de Enrique Peña Nieto
se anuló el derecho de huelga como
homenaje a los líderes sindicales charros. Y es en este mismo año, en donde por
primera vez, llega a la presidencia un
candidato de legitima izquierda, que se ha propuesto cambiar de la
política neoliberalista a la de asistencia social, que los conservadores
privilegiados y retractores, ya quieren
llamar neopopulismo. Andrés Manuel López Obrador quien ahora ya goza de
las alabanzas de los líderes fanfarrones de los sindicatos, que quieren seguir siendo privilegiados sin asumir el reto -que ahora tiene el gobierno lopezobradorista y los propios trabajadores pero sin rateros tutores-, de hacer plena la democracia sindical que garantice derechos laborales a los
trabajadores y productividad para los sectores que representan, así como
transparencia en el uso de las cuotas y otras finanzas. Puntos que el ejecutivo
federal ha abordado y que los otros presidentes lo callaban a conveniencia.