En el marco del 238 aniversario del libertador Simón Bolivar, La jefe de Gobierno Claudia
Sheinbaum, acudió al Castillo de Chapultepec en un homenaje que le rindió el
titular del poder ejecutivo federal. Aunque la dama de la Ciudad ofreció su
propio discurso, la mandataria capitalina mantuvo toda su atención en lo dicho
por el presidente López obrador que señaló: “Exactamente 30 años después que
Miguel Hidalgo, Simón Bolívar decidió desde muy joven luchar por causas
grandes, nobles y justas. Como el propio Hidalgo y como José María Morelos y
Pavón, los padres de nuestra patria, el libertador Bolívar reunía virtudes excepcionales.
Simón Bolívar es un vivo ejemplo de cómo una buena formación humanista puede
sobreponerse a la indiferencia o a la comodidad de quienes provienen de cuna
fina. Bolívar pertenecía a una familia acomodada, de hacendados, pero desde
niño fue educado por Simón Rodríguez, un pedagogo y reformador social que lo
acompañó en su formación hasta que alcanzó un elevado grado de madurez
intelectual y de conciencia.En 1805, con apenas 22 años, en el Monte Sacro de
Roma “jura en presencia de su maestro y tocayo no dar descanso a su brazo ni
reposo a su alma hasta que haya logrado libertar al mundo hispanoamericano de
la tutela española”.Al igual que su padre, tenía vocación militar, pero al
mismo tiempo era un hombre ilustrado y como solía decirse, de mundo, pues viajó
mucho por Europa; vivió o visitó España, Francia, Italia, Inglaterra; hablaba
francés, sabía de matemáticas, de historia, de literatura, pero no sólo era un
hombre de pensamiento era también un hombre de acción.Conocía el arte de la
guerra y era al mismo tiempo un político con vocación y voluntad transformadora:
sabía de la importancia del discurso, de la fuerza de las ideas, de la eficacia
de las proclamas y era consciente de la gran utilidad del periodismo y la
imprenta como instrumentos de lucha. Conocía el efecto que causaba la
promulgación de leyes en beneficio del pueblo y, sobre todo, valoraba la
importancia de no rendirse, de la perseverancia y de no perder nunca la fe en
el triunfo de la causa por la que se lucha en bien de los demás.En 1811,
Bolívar se incorpora al ejército anticolonialista, bajo las órdenes de
Francisco de Miranda, precursor del Movimiento Independentista. Poco después,
ante titubeos de este militar, Bolívar toma el mando de las tropas y en 1813
inicia la liberación de Venezuela; poco antes, como escribe Manuel Pérez Vila,
uno de sus biógrafos, los pueblos lo empezaron a llamar Libertador, “título que
le confieren solemnemente, en octubre de 1813, la municipalidad y el pueblo de
Caracas, y con el cual habría de pasar a la historia”.En su lucha incansable
por los caminos y los mares de América se entrelazan triunfos y derrotas; su
campaña militar lo lleva a refugiarse en Jamaica y en Haití; de este pueblo, de
Haití, y de su gobierno recibe en dos ocasiones apoyo para sus campañas, algo
verdaderamente excepcional y un ejemplo de solidaridad y hermandad
latinoamericana.En 1819 entra triunfante a Bogotá y poco después se expide la
Ley Fundamental de la República de Colombia. Este gran estado, la gran
Colombia, creación del Libertador, comprendía las actuales repúblicas de
Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.No todo fue fácil en su lucha: perdió
batallas, enfrentó traiciones y, como en todo movimiento transformador o
revolucionario, aparecieron las divisiones internas que pueden llegar a hacer
hasta más que las contiendas contra los verdaderos adversarios.En la lucha para
liberar a los pueblos de nuestra América, Bolívar contó con el gran apoyo del
general Antonio José de Sucre y en 1822 se encontró, en Guayaquil, Ecuador con
el general José de San Martín, otro ilustre titán de la independencia
sudamericana.En ese entonces se constituyó la “República Bolívar” hoy Bolivia,
y se consuma la independencia de Perú. Por cierto, en la costa de este país, a
principios de 1824, Bolívar se enferma y a pesar de las malas noticias, por
traiciones y derrotas, se cuenta que desde el butaque, la silla donde estaba
sentado surgió la famosa exclamación: “¡Triunfar!”. Esta anécdota la hizo
poesía el maestro Carlos Pellicer, quien lo admiraba con intensidad y vocación;
dice el verso:Señor don Joaquín Mosquerade cierta villa, llegaba.Apeóse de su
mulay al Libertador buscara.Vieja silla de baquetaen la pared reclinadade una
miserable casa;sobre de ella el cuerpo tristede Bolívar descansaba.Abrazóle done
Joaquíncon muy corteses palabras.El héroe del Mundo Nuevoapenas si contestaba.Luego
que el señor Mosqueralas penas enumerara,le preguntó a don Simón:“Y ahora, ¿qué
va usté a hacer?”“¡Triunfar!” El Libertadorrespondió con loca fe.Y fue sólido
silenciode admiración y de espanto…Luego de este aciago momento, el Libertador
vivió muchos otros de igual desdicha; el último tramo de su existencia está
marcado por las constantes divisiones en las filas liberales, que llevaran
incluso a que, en vísperas de su muerte, Venezuela se proclamara estado
independiente de la Gran Colombia. El 17 de diciembre de 1830, el gran
libertador Simón Bolívar cerró los ojos y ya no despertó.Pero como los grandes
hombres, cierran los ojos y se quedan velando, no se mueren del todo.La lucha
por la integridad de los pueblos de nuestra América sigue siendo un bello
ideal. No ha sido fácil volver realidad ese hermoso propósito. Sus obstáculos
principales han sido el movimiento conservador de las naciones de América, las
rupturas en las filas del movimiento liberal y el predominio de Estados Unidos
en el continente. No olvidemos que casi al mismo tiempo que nuestros países se
fueron independizando de España y de otras naciones europeas, fue emergiendo en
este continente la nueva metrópoli de dominación hegemónica.Durante el difícil
periodo de las guerras de independencia, inaugurado por lo general alrededor de
1810, los gobernantes estadounidenses, con óptica enteramente pragmática,
siguieron los acontecimientos con sigiloso interés. Estados Unidos maniobró en
diferentes tiempos conforme a un juego unilateral: cautela extrema al
principio, para no irritar a España, Gran Bretaña, la Santa Alianza, sin
obstaculizar la descolonización, que por momentos se veía dudosa; sin embargo,
hacia 1822, Washington inició el reconocimiento rápido de las independencias
logradas a fin de cerrar el paso al intervencionismo extracontinental, y en
1823, al fin, una política definida.En octubre, Jefferson, progenitor de la
Declaración de Independencia y convertido para entonces en una especie de
oráculo, dio respuesta por carta a una consulta que sobre la materia le hiciera
el presidente Monroe. En un párrafo
significativo, Jefferson dice: “Nuestra primera y fundamental máxima debería
ser la de jamás mezclarnos en los embrollos de Europa. La segunda, nunca
permitir que Europa se inmiscuya en los asuntos de este lado del Atlántico”. En
diciembre, Monroe pronunció el famoso discurso en el que quedó delineada la
doctrina que lleva su nombre.La consigna de “América para los americanos”
terminó de desintegrar a los pueblos de nuestro continente y destruir lo
edificado, lo material, por Bolívar. A lo largo de casi todo el siglo XIX se
padeció de constantes ocupaciones, desembarcos, anexiones y a nosotros nos costó
la pérdida de la mitad de nuestro territorio, con el gran zarpazo de 1848.Esta
expansión territorial y bélica de Estados Unidos se consagra cuando cae Cuba,
el último bastión de España en América, en 1898, con el sospechoso hundimiento
del acorazado Maine en La Habana, que da lugar a la enmienda Platt y a la
ocupación de Guantánamo; es decir, para entonces Estados Unidos había terminado
de definir su espacio físico-vital en toda América.Desde aquel tiempo,
Washington nunca ha dejado de realizar operaciones abiertas o encubiertas
contra los países independientes situados al sur del Río Bravo. La influencia
de la política exterior de Estados Unidos es predominante en América. Solo
existe un caso especial, el de Cuba, el país que durante más de medio siglo ha
hecho valer su independencia enfrentando políticamente a los Estados Unidos.
Podemos estar de acuerdo o no con la Revolución Cubana y con su gobierno, pero
el haber resistido 62 años sin sometimiento, es toda una hazaña. Puede que mis
palabras provoquen enojo en algunos o en muchos, pero como dice la canción de
René Pérez Joglar de Calle 13: “yo siempre digo lo que pienso”.En consecuencia,
creo que, por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de
Cuba, merece el premio de la dignidad y esa isla debe ser considerada como la
nueva Numancia por su ejemplo de resistencia, y pienso que por esa misma razón
debiera ser declarada patrimonio de la humanidad.Pero también sostengo que ya
es momento de una nueva convivencia entre todos los países de América, porque
el modelo impuesto hace más de dos siglos está agotado, no tiene futuro ni
salida, ya no beneficia a nadie. Hay que
hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos a Estados Unidos o de oponernos en
forma defensiva.Es tiempo de expresar y de explorar otra opción: la de dialogar
con los gobernantes estadounidenses y convencerlos y persuadirlos de que una
nueva relación entre los países de América es posible.Considero que en la
actualidad hay condiciones inmejorables para alcanzar este propósito de
respetarnos y caminar juntos sin que nadie se quede atrás.En este afán puede
que ayude nuestra experiencia de integración económica con respeto a nuestra
soberanía, que hemos puesto en práctica en la concepción y aplicación del
Tratado económico y comercial con Estados Unidos y Canadá.Obviamente, no es
poca cosa tener de vecino a una nación como Estados Unidos. Nuestra cercanía
nos obliga a buscar acuerdos y sería un grave error ponernos con Sansón a las
patadas, pero al mismo tiempo tenemos poderosas razones para hacer valer
nuestra soberanía y demostrar con argumentos, sin balandronadas, que no somos
un protectorado, una colonia o su patio trasero. Además, con el paso del
tiempo, poco a poco se ha ido aceptando una circunstancia favorable a nuestro
país: el crecimiento desmesurado de China ha fortalecido en Estados Unidos la
opinión de que debemos ser vistos como aliados y no como vecinos distantes.El
proceso de integración se ha venido dando desde 1994, cuando se firmó el primer
Tratado, que aun incompleto, porque no abordó la cuestión laboral, como el de
ahora, permitió que se fueran instalando plantas de autopartes del sector
automotriz y de otras ramas y se han creado cadenas productivas que nos hacen
indispensables mutuamente. Puede decirse que hasta la industria militar de
Estados Unidos depende de autopartes que se fabrican en México. Esto no lo digo
con orgullo sino para subrayar la interdependencia existente. Pero hablando de
este asunto, como se lo comenté al presidente Biden, nosotros preferimos una
integración económica con dimensión soberana con Estados Unidos y Canadá, a fin
de recuperar lo perdido con respecto a la producción y el comercio con China,
que seguirnos debilitando como región y tener en el Pacífico un escenario plagado
de tensiones bélicas; para decirlo en otras palabras, nos conviene que Estados
Unidos sea fuerte en lo económico y no sólo en lo militar. Lograr este
equilibrio y no la hegemonía de ningún país, es lo más responsable y lo más
conveniente para mantener la paz en bien de las generaciones futuras y de la
humanidad.Antes que nada debemos ser realistas y aceptar, como lo planteé en el
discurso que pronuncié en la Casa Blanca en julio del año pasado, que mientras
China domina 12.2 por ciento del mercado de exportación y servicios a nivel
mundial, Estados Unidos solo lo hace en 9.5 por ciento; y este desnivel viene
de hace apenas 30 años, pues en 1990, la participación de China era de 1.3 por
ciento y la de Estados Unidos de 12.4 por ciento. Imaginemos si esta tendencia
de las últimas tres décadas se mantuviera, y no hay nada que legal o
legítimamente pueda impedirlo, en otros 30 años, para el 2051, China tendría el
dominio del 64.8 por ciento del mercado mundial y Estados Unidos entre el 4 y
10 por ciento; lo cual, insisto, además de una desproporción inaceptable en el
terreno económico, mantendría viva la tentación de apostar a resolver esta
disparidad con el uso de la fuerza, lo que nos pondría en peligro a todos.Podría
suponerse de manera simplista que corresponde a cada nación asumir su
responsabilidad, pero tratándose de un asunto tan delicado y entrañable, con
respeto al derecho ajeno y a la independencia de cada país, pensamos que lo
mejor sería fortalecernos económica y comercialmente en América del Norte y en
todo el continente. Además, no veo otra salida; no podemos cerrar nuestras
economías ni apostar a la aplicación de aranceles a países exportadores del
mundo y mucho menos debemos declarar la guerra comercial a nadie. Pienso que lo
mejor es ser eficientes, creativos, fortalecer nuestro mercado regional y
competir con cualquier país o con cualquier región del mundo.Desde luego esto
pasa por planear conjuntamente nuestro desarrollo; nada del dejar hacer o dejar
pasar. Deben definirse de manera conjunta objetivos muy precisos; por ejemplo,
dejar de rechazar a los migrantes, jóvenes en su mayoría, cuando para crecer se
necesita de fuerza de trabajo que, en realidad, no se tiene con suficiencia ni
en Estados Unidos ni en Canadá. ¿Por qué no estudiar la demanda de mano de obra
y abrir ordenadamente el flujo migratorio? Y en el marco de este nuevo plan de
desarrollo conjunto deben considerarse la política de inversión, lo laboral, la
protección al medio ambiente y otros temas de mutuo interés para nuestras
naciones.Es obvio que esto debe implicar cooperación para el desarrollo y
bienestar en todos los pueblos de América Latina y el Caribe. Es ya inaceptable
la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner
o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia; digamos adiós a las
imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos.Apliquemos,
en cambio, los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos
y solución pacífica de las controversias. Iniciemos en nuestro continente una
relación bajo la premisa de George Washington, según la cual, “las naciones no
deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos”.Estoy consciente que se
trata de un asunto complejo que requiere de una nueva visión política y
económica: la propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la
Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras
identidades. En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por
un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a
petición y aceptación de las partes en conflicto, en asuntos de derechos
humanos y de democracia. Es una gran tarea para buenos diplomáticos y políticos
como los que, afortunadamente, existen en todos los países de nuestro
continente.Lo aquí planteado puede parecer una utopía; sin embargo, debe
considerarse que sin el horizonte de los ideales no se llega a ningún lado y
que, en consecuencia, vale la pena intentarlo”. Y concluyó el presidente de
México: “Mantengamos vivo el sueño de Bolívar”. Más en www.somoselespectador.blogspot.com