La banda presidencial es una prenda por la que candidato y pueblo han luchado por ella durante años, en una operación electorera que mientras más intensa más estaba alejada ante el fraude electroral, y ante caminos cerrados para la democratización del país, pero abiertos a la intolerancia y al dominio extranjero y empresarial.Hace apenas seis años parecía que el sueño era una carcacha inservible ante un tren imparable que era Peña Nieto, que había reunido a todos los sectores, incluyendo aquellos que se decían defensores de la izquierda e incluyendo a las "Damas de la Caridad". Aquellas que eran piedras en el camino político y verbal, hoy se dicen orgullosamente defensores de la causa contraneoliberalista. Incluyendo a aquellos vendedores del micrófono y del teclado, que no arriesgaron ni una gota de palabra en contra del sistema asfixiante de gobierno "vendepatrias", y ni se diga de las asociaciones y malos políticos que ahora ondean la bandera lopezobradorista. La mejor de las historias ha sido escrita por las candidaturas obradoristas y por la lucha que dejó desarticulados a los oportunistas partidos políticos, sectores de la mafia apoderada, sindicatos inoperantes y manos empresariales incapaces de contener la ola en favor del cambio de gobierno. López Obrador no fue elegido por el voto de castigo, porque para eso estaba el mentiroso de Ricardo Anaya, ni de un voto útil porque aventajaba abismalmente a sus contrincantes, ni con la aparición de un voto que pudo ser blanco en favor de nadie o simplemente no votar. El diagnostico es claro de que López Obrador logró el entendimiento del pueblo con hechos, señalamientos eficaces y ganándose su confianza al pasar las pruebas del ácido que le propiciaron sus adversarios, contrincantes y enemigos políticos, con la fuerza del Estado y el imperio empresarial. Andrés Manuel López Obrador portará la banda presidencial constitucional por encima de la legitima que ya portaba desde hace tiempo y con ello culminará una revolución electorera en el peor momento electoral, político, social, cultural, educacional y económico que guarda el país. Para alcanzar ésta meta, tuvieron que pasar más de dieciocho años, por lo que ahora, solamente tendrá menos de seis años para lograr su ambición legitima de transformar al país, y de convertirse en el mejor mandatario que haya tenido esta nación. Pero, ¿la esfera política y económica y el mismo pueblo de México, tendrá sus mismas ambiciones? ¿estarán preparados para ello? o será, que la desilusión envuelta en ignorancia está por venir. Son muchos los que esperan de manera perversa su pronto rodar de cabeza y otros muchos el milagro de sacar adelante a un país, que siempre ha estado inspirado en el milagro y no en la acción organizada, y que por lo pronto, contará con un Presidente elegido por ellos, es decir con legitimidad, pero también con una voluntad distinta a la demostrada por sus antecesores, que resultaron unos verdaderos asoladores. La toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador es una ceremonia a nivel mundial, en donde se entrega una prescripción médica a un agonizante que no está preparado ni quiere tomarse la medicina con la cual primero puede recuperarse para después sanar, pero que tal sanidad, no depende de un solo hombre, porque los redentores no existen. Para salvar al país se necesita primero una inyección educativa y de recuperación de valores, que parece también estar contemplada por el nuevo mandatario, que está consciente de estar frente a una revolución electorera pero no política, la cual ahora quiere formar desde la propia silla de poder y ya no en las calles, pero sin dejarlas de escuchar.