Es conocida aquella sentencia de que el pueblo tiene al
gobierno que se merece, aunque muchos sean resistentes a su aceptación. Así a
lo largo de los periodos presidenciales mexicanos los mandatarios han tenido ciertas
diferencias con los libros. López Portillo forjador de la corrupción
gubernamental, ordenó el aumento de ejemplares de los libros escritos por su
Padre José López Portillo y Rojas y por otro lado apoyó al subcine. Presumido
de ser hombre de letras y abogado; el priísta no dudó en violar sistemáticamente
la ley mexicana. Otros episodios vergonzosos entre el libro y el presidente
fueron los ejemplares de texto en donde Ernesto Zedillo como secretario de
Educación tuvo que destruir después de una considerable inversión y cuyo arrepentimiento
editorial, después lo ocultó al llegar a la Presidencia. Después llegó Fox, que con una avanzada edad y como Titular del ejecutivo fue cuando pudo titularse de sus
estudios universitarios y quien aconsejó a los mexicanos no contaminarse de la
cruda realidad leyendo periódicos y libros. Posteriormente inauguró una magna
biblioteca pero que no contaba con libros. Y así, hasta llegar
al sexenio actual en donde el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño fue
corregido por un escolar que le advirtió que leer no se pronunciaba como “ler”,
mientras que el Presidente Peña Nieto carga con aquella pregunta que le
realizaron de los libros que habían marcado su vida sin poder señalar sus
títulos y posteriormente por haber sido exhibido por una periodista de investigación, que
mostró que Peña había plagiado su tesis Profesional. Los Presidentes de México se han confundido en
decir Borgues y Borges y también en corromper y retrasar nuestro sistema educativo