lunes, 24 de octubre de 2016

Y QUIENES EN VERDAD...








 pOR bETTY Todas las personas somos libros abiertos: por más que queramos esconder nuestras páginas entre gruesas cubiertas herméticas, el contenido siempre está ahí y se lee a sí mismo en actitudes, amores, sinsabores, pensamientos y, sobre todo, acciones. Aunque estas últimas no nos definen, a veces reaccionamos ante las cosas de la vida de la manera a la que estamos acostumbrados, no de la manera en la que en realidad somos.
“La práctica hace al maestro”, dice la frase y a veces practicamos demasiado ser otras versiones de nosotros mismos que terminamos por creer que las somos, tenemos miedo a probar ser de otras maneras, cursis, amorosos, comunicativos, comprensivos, abiertos que acabamos pensando que somos todo lo contrario, pero toma tan solo un simple paso romper el patrón y demostrarnos que solo nosotros mismos hemos sido nuestro peor obstáculo.Pasamos casi un tercio de nuestra existencia tratando de afrontar el mundo con muchos nudos en el interior que necesitan ser desamarrados, muchas hebras por desmenuzar, para así entendernos mejor a nosotros mismos y por ende a los demás. Porque una persona que no se conoce a sí misma jamás podrá darse el privilegio de poder leer a los demás, auténticamente; simplemente verán a los demás como reflejos o chispazos de nuestros temores, de nuestros miedos, de nuestros complejos, y todo nos lo tomaremos personal, como si fueran nuestro espejo, como si quisieran dañarnos, o hacernos ver algo que no queremos, aunque ellos solo anden viviendo su vida por ahí.
Dice la frase “¿Me ofendiste?, o será que en realidad me informaste dónde están mis heridas, y también las tuyas”.  Porque así somos los seres humanos: golpeamos donde sabemos que a nosotros también nos duele, y también acariciamos donde sabemos que se siente bien. Por eso hay que estar siempre conscientes del origen de nuestras acciones, si son impulso, si son defensa, si son a raíz del miedo o del dolor. Yo les recomiendo estar siempre muy atentos y empezar a actuar por medio del amor (no de la codependencia) que es el combustible que se encarga de echar andar la fábrica de felicidad que llevamos dentro.