Estaban gritando otra vez. Me mecí en el borde de la cama con las manos en los oídos mientras lágrimas de bronca caían por mis mejillas. ¿Por qué hacen esto? ¿Por qué no se separan? Hace horas que estaba encerrada en mi habitación, escuchando y encogiéndome a cada golpe contra la pared, a cada grito.
No era que no pudiese salir de la habitación. A decir verdad, prácticamente podía caminar entre mis padres mientras estos discutían y gritaban que a mi ni me notaban. Como si fuera invisible.
“Qué curiosa es la mente” pensé recordando el día anterior. Después de llegar cansada del colegio, acostada en mi cama, una sonrisa involuntaria se había formado en mi rostro cuando mi papa había llegado a casa, dando inicio a las peleas habituales. Me había sentido extrañamente aliviada y casi divertida mientras escuchaba el griterío, con un brazo debajo de la cabeza y la vista en el techo. No sabía porque exactamente. Era una sensación extraña… Como estar en el ojo de un huracán. En un lugar pequeño y tranquilo mientras todo alrededor da vueltas y vueltas, y los escombros vuelan por los aires, una está en una burbuja de paz y quietud.
Hoy no era así. Había días buenos y días malos. Hoy era uno de los malos. Mis nervios no soportaban lo que estaba ocurriendo. Cada palabra era demasiado, cada grito e insulto que mis padres se arrojaban yo los sentía en el estómago, que se revolvía sin cesar haciéndome sentir enferma. Era insoportable. No quería vivir acá, quería huir lejos. Quería otra familia.
¿Cuantas veces había fantaseado con huir de esta casa en mis 15 años? ¿Cuántas noches me había pasado en vela, llorando e imaginando mi escape? Tomaría la mochila negra con el estampado de Bob Marley, metería un puñado de ropa, el dinero que tenia ahorrado y saldría sin hacer ruido por la ventana hacia la oscuridad de la noche. Me iría, desaparecería… para nunca volver.
Tal vez ese era el problema: Lo había imaginado demasías veces. Demasiado seguido fantaseaba con una huida, y ya demasiadas veces mi mente me había convencido de los peligros y las consecuencias que podría tener. Como cuando tenía 4 años, y quise mudarme a una perrera destartalada que hay tirada en nuestro patio. Finalmente había desistido, por miedo a que me dejaran encerrada fuera, en el frío. Esto parecía ser el resumen de mi vida hasta ahora.
“¡No debo pensarlo más! ¡Simplemente tengo hacerlo!”. Mis padres siempre hacían lo mismo. Cada noche peleaban por algo. No dudaba de que se golpeaban durante sus peleas. A veces escuchaba el sonido apagado de bofetadas, a pesar de que al otro día ambos lucían normales. Ni siquiera mi mama mostraba marcas en el rostro. “Tal vez no se pegan tan fuerte” pensaba entonces. “O tal vez se lo tapa con maquillaje…”
Las peleas siempre terminaban igual. Igual y diferente. Las voces iban bajando, los insultos iban esparciéndose como un condimento al que se le va bajando la dosis, hasta que se hacia un silencio intimo que me crispaba incluso más que los gritos. Sabía, a estas alturas, que luego de sus peleas mis padres iban a su habitación y tenían relaciones sexuales. A veces pensaba que se peleaban de mentira, o que era como un juego para ellos…
Me levanté de la cama y apoyé la frente contra la puerta cerrada. “¡Les diré que se callen! Les diré que si se odian tanto se separen. Y si no se iban a separar… entonces que dejen de pelear. Les diría…” Sabía que no lo haría. Pero se sentía bien creerlo. Apreté los puños y les grité mentalmente: ¡Cállense! ¡Cállense de una maldita vez!
Abrí la puerta. Mis padres tuvieron un pequeño respingo, como si de pronto recordaran que existía otra persona en la casa. Como si nada, caminé hacia el lavado y después de llenar con agua un vaso, bebí un trago. A mis espalda ellos ya estaban gritándose de nuevo. Apoyé el vaso en la mesada y aferré los bordes con las manos, apretando tan fuerte como apretaba los dientes y los ojos.
¡Suficiente! Sin pensarlo, me di la vuelta y estrellé el vaso de vidrio contra el piso. Mis papas me miraron con los ojos abiertos de par en par, atónitos durante un segundo entero.
-¡Basta! –Grité sin poder reprimirme -¡Sepárense de una vez! Si se llevan tan mal sepárese. Sino, ¡dejen de pelear! -Los miré fijamente a ambos echando fuego por los ojos. En ese momento me sentía más más alta que ellos, quienes de pronto me parecieron dos niños aturdidos.
Luego me giré y en un silencio casi ensordecedor entré en mi habitación y cerré la puerta. Me deje caer sobre el borde de la cama, con el corazón desbocado. No podía creer lo que había hecho. ¿Acababa de decir esas cosas? Me sentía mareada pero también aliviada, como si hubiera abierto una canilla que estaba atascada desde hacía demasiado tiempo. Mi cuerpo vibraba y los oídos me zumbaban tanto que no podía escuchar nada más. No escuché la puerta abrirse hasta que una mano me agarró del pelo con violencia.
-¡¿Quién te crees que sos… -me gritaba mi papá mientras me arrastraba fuera de la habitación -…diciéndome lo que tengo y no tengo que hacer!? ¡Ahora vas a ver…!
Me alzó tirando de mi cabello y me dio una bofetada en la cara que me dejó pasmada. Ni siquiera supe si dolió o no. Nunca me habían pegado a pesar de todo, a pesar de que me sentía maltratada. El golpe puso mi mente en blanco. Traté de cubrirme cuando otra bofetada descargó sobre mi. Me siguió arrastrando por el comedor, hacia su habitación.
-¡Y vos más vale que no te metas, o seras la próxima! -le gritó a mi mama que observaba asustada desde un rincón de la cocina. Me metió dentro de la habitación y cerró la puerta sin soltarme. Luego me empujó hacia la cama donde se sentó y me dobló a la fuerza sobre su regazo.
-¡Pe-perdón! Perdón… -Tartamudeé muerta de miedo, todo mi coraje había desaparecido sin dejar rastro.
-¡Ahora vas a aprender pendeja de mierda! ¡¿Quién te crees que sos…?!
Me aplastó la cara contra la colcha, mientras que con la otra me bajaba el pantalón del piyama y la ropa interior. Me sujetó las piernas entre las suyas e inmediatamente comenzó a golpearme las nalgas desnudas con su palma. Retorciéndome de dolor, quise cubrirme con las manos pero con eso solo logré que me golpeara con mas furia. Intenté levantarme o darme la vuelta, y en respuesta me agarró el pelo en un puño, provocándome un fuerte dolor en el cuero cabelludo. Gemí contra el colchón, que absorbía el sonido, y finalmente me quedé quieta, recibiendo los golpes pasivamente.
Los chirlos se sucedieron sin parar uno tras otro, sacudiendo mis sentidos hasta el aturdimiento. No se cuantos golpes pasaron hasta que al fin su mano se detuvo. Esperé expectante sin saber qué hacer. Entonces la mano que sujetaba mi cabeza se aflojó y aproveché para tomar aire. Fue el único movimiento que me animé a hacer. Mi papa respiraba agitado.
Un escalofrió me sobresaltó cuando sentí su mano sobre mi trasero otra vez. La piel de mis nalgas y muslos estaba tan irritada que tarde un momento en darme cuenta si me me había golpeado de nuevo o no. No estaba segura de poder sentir más dolor del que ya había sentido. La piel me ardía. La cara también me ardía, y la tenía húmeda a causa de las lagrimas. La mano de mi papa se movió suavemente sobre mi piel, y volví a temblar involuntariamente. Con la otra mano me tocó la cara, apartando los mechones húmedos de mis ojos.
-Shh, no llores… ya pasó. Ya está. -Murmuró con voz extraña y bajita. De pronto toda mi tensión se distendió, como si cortaran un montón de hilos de golpe, y empecé a llorar convulsivamente mientras todo mi cuerpo temblaba.
-Shh, ya está, ya pasó. No llores Ana, es que me hiciste enojar. -Su mano grande se metió por debajo de mi remera hacia mi espalda y comenzó a hacer círculos tranquilizadores sobre mi piel.
-…ya pasó, ya esta…
De a poco dejé de llorar y cerré los ojos. Estaba agotada, y la voz grave de mi padre en la oscuridad tenía un efecto hipnótico. Su mano en mi espalda me daba escalofríos a la vez que tranquilizaba. Finalmente me quede en silencio, relajándome bajo su tacto. El tacto de su mano sobre mi piel se sentía extraño, pero en ese momento no me importó. Necesitaba ser consolada. De pronto retiró la mano de mi espada y la volvió a apoyar sobre mis piernas. Me tensé al darme de que estaba desnuda de la cintura para bajo.
-Lo siento mucho, ¿me perdonas? -preguntó mientras sus manos comenzaban a masajearme el trasero. Tragué saliva ante su tacto calloso. Casi me dolía tanto como los golpes, pero no encontré el valor para decirle.
-No vuelvas a hablarme así, ¿me escuchaste?
Como no contesté me dio un nuevo golpe con la palma que me hizo estremecer.
-¿Me escuchaste?
Asentí dos veces. Era todo lo que pude hacer ya que tenía la garganta cerrada. Siguió masajeandome, aunque más despacio y después de un momento preguntó en voz baja.
-¿Te dolió mucho?
Tragué saliva por toda respuesta. Me pasó la mano suavemente por la parte interna de los muslos y volví a sentir vergüenza de mi desnudez. Traté de darme la vuelta pero él me apretó la espalda contra la cama. Desistí de inmediato. No quería contrariarlo a pesar de mi incomodidad.
Entonces apretó la piel sensible del interior de mi muslo suavemente. Dejó la mano ahí un momento y luego volvió a apretar un poco más arriba… y un poco más arriba… Me retorcí y quitó la mano inmediatamente para meterla bajo mi remera. Su mano resbaló sobre mi espalda durante varios minutos, apenas tocándome con la punta de los dedos. Traté de relajarme, pero sus dedos dejaban un rastro eléctrico sobre mi piel. La caricia fue bajando disimuladamente hasta mis nalgas y mis piernas, donde comenzó a acariciarme suavemente.
La primera vez que lo hizo, no reaccioné. Pensé que tal vez había sido sin querer, pero después de unos segundos volvió a meter la mano entre mis piernas y me frotó en esa zona. Di un respingo y traté de levantarme.
-Shh, no pasa nada. -Trató de tranquilizarme mientras apretaba mi espalda contra la cama, impidiendo que me moviera. Su mano se había alejado de mi entrepierna y estaba en mi trasero otra vez.
Estaba empezando a relajarme cuando volvió a restregar sus dedos contra mi vagina. Me retorcí y pasó a otra zona como si no hubiera ocurrido nada. Ya no dudaba que lo estaba haciendo a propósito, y esto me puso muy confusa. Una alarma se disparó en mi interior.
Del otro lado de la puerta se escuchaba la radio a todo volumen que mi mama no se había animado a bajar, pero yo apenas la escuchaba. La circulación en mis oídos y el tacto sobre mi piel bloqueaban mis sentidos. La tercera vez que me tocó ahí, sentí como un retorcijón en mi interior. Me resistí débilmente, y mi papa se demoró un segundo más en retirar la mano. También tardó menos en volver a meter la mano entre mis piernas.
Un par de veces más así, turnándose entre mis piernas, mi trasero, y fugazmente mi entrepierna, cuando de pronto sus dedos llegaron hasta mi clítoris. Contraje las piernas involuntariamente y esperé a que sacara la mano pero en lugar de eso, movió los dedos hacia adelante y hacia atrás provocándome un temblor. Se me escapó un gemido y volví a apretar las piernas.
-Shh, no pasa nada. -susurró sobre mi espalda. -Quedate quieta, solo quiero ver algo…
Dejó su mano grande sumergida entre mis piernas, y empezó a mover sus dedos sobre toda esa zona. Abrí los ojos de par en par en la oscuridad, y la alarma sonó tan fuerte que me ensordecía. Apoyé los labios contra mis nudillos y traté de quedarme inerte, pero era imposible. Nunca nadie me había tocado ahí. Esa piel era demasiado sensible. Tener una mano extraña en mis partes intimas era lo más intenso que jamas había sentido hasta ahora. ¡Pero era la mano de mi papa! Me tenía que levantar… pero no podía moverme.
Su mano siguió rozándome y masajeándome, a un ritmo constante, hacia adelante y hacia atrás, provocando que mis piernas se contrajeran y aflojaran por turnos. Pero cuando sus dedos pasaban sobre mi clítoris, era como si un rayo me traspasara el cuerpo.
Cerré los ojos con fuerza, e intente no pensar en nada. En algún momento empecé a sentir mucho calor. Mi papa movía su dedo mayor en mi vagina, hurgando entre mis labios íntimos y se sentía húmedo. Me sacudí sin querer cuando tocó mi clítoris con la punta húmeda de ese dedo. Después lo movió hacia atrás y lo apretó contra la entrada. Lo hizo muy despacio, como si estuviera tanteando y observando mi reacción. Yo tragué saliva y me quedé inmovil. Entonces sentí su grueso nudillo abrirse paso hacia mi interior. Levanté la cabeza con un jadeo.
-No pasa nada… -murmuró enseguida. Su voz sonó rara, como atragantada. -Relajate cariño, confía en mi -siguió, sosteniendo mi espalda contra la cama. A continuación siguió empujando lentamente hasta hundir su dedo completamente en mi vagina. Me contraje y sentí como mis músculos internos apretaban su dedo. Los ojos se me humedecieron y mi cabeza comenzó a dar vueltas. “Me está penetrando… tiene su dedo dentro de mi…”
Me pareció escuchar un resoplido mientras el dedo se iba retirando hacia afuera. Cada nudillo raspaba contra mi piel y me dolía un poco. Cuando lo tuvo casi afuera, empezó a introducirlo de nuevo.
-Shh… No es nada, no pasa nada… -murmuraba cada vez que yo me movía y al fin acabó por sumergirlo de nuevo. Empezó a penetrarme a ritmo constante, sacando y metiendo el dedo a la velocidad de los segundos de un reloj, hasta que ya casi no lo sentía. Tragué saliva en la oscuridad, con los ojos abiertos de par en par. Solo lo sentía en la entrada de la vagina, que apretaba su dedo con fuerza.
Ardor y calor se fueron acumulando en ese pequeño agujero entre mis piernas. Y humedad. Mi mano también estaba húmeda a causa de algunas lagrimas que caían desde mis ojos. Mi respiración se había hecho pesada, pero mi corazón latía con fuerza y mi cara estaba caliente.
-¿Te gusta esto? -murmuró mi papa cerca de mi nuca mientras flexionaba su dedo de mi interior. Su pregunta hizo que se me retorciera el estomago. El rostro se me calentó más aún, pero esta vez de vergüenza.
De pronto aceleró el ritmo, metiendo su dedo insistentemente sin parar. Gemí y contuve la respiración hasta que se detuvo, dejándome palpitante y acalorada. Entonces volvió repetir la penetración rápida, y justo cuando sentía que el ardor se hacia insoportable, se detenía. Lo escuché resoplar otra vez como si estuviera agitado, pero no pude pensar en nada más porque entonces empujó un segundo dedo contra mi vagina.
Sus dedos, demasiado gruesos para abrirse paso a través de mi virginidad, chocaron contra la entrada provocándome dolor. Ante mis gemidos, dejo de presionar y en cambio restregó mi vagina, esparciendo la humedad caliente. Tragué el nudo en mi garganta, abrumada por las sensaciones.
-Relajate -me susurró contra el oído unos minutos después mientras volvía a empujar hacia dentro. Me retorcí al sentir sus dedos encajados en mi vagina.
-Aflojate… Haceme caso… -ordenó bajito mientras volvía a restregar sus dedos hacia delante y hacia atrás, aturdiéndome.
Cerré los ojos y obedecí. Fui aflojando el cuerpo, incapaz de pensar en nada mas que eso dedos resbalando, casi entrando en mi interior. Estaba tan ida que tardé en reaccionar cuando empujó con fuerza, traspasándome con dos dedos. El dolor también llego un segundo tarde, tensando todos mis músculos.
-Ya esta… ya pasó… -dijo contra mi nuca. Siguió susurrando así, en mi oído, hasta que al fin aflojé las piernas. Me quedé blanda en su falda como un trapo y ya no hice ningún ruido ni ningún movimiento. Él hurgó en mi interior, suavemente primero y luego, al ver que yo no hacía nada, retiró los dedos un poco y empezó a penetrarme como lo había hecho antes.
Cerré mis ojos un momento. Podía escuchar mi corazón en mis oídos, y me concentré en ese sonido. Cada penetración de sus dedos iba acompañada por un leve tirón y ardor. No era muy doloroso, aunque si lo suficiente como para que me diera impresión. Toda la situación me sobrepasaba.
-¿Se siente bien…? -preguntó llenando mi oído con su aliento caliente. Tragué un gemido y sentí otro retortijón en el estómago.
Después de varios minutos penetrándome así, dejé de sentir el tirón en mi piel, solo sentía calor. Calor y humedad. La cabeza me daba vueltas. Mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, ya podían ver contornos y sombras.
De pronto empezó a mover su mano con tanta rapidez que todo mi cuerpo vibraba. Abrí los ojos de par en par y me tensé involuntariamente ante las rápidas penetraciones que me sacudían. El ardor y el dolor se entremezclaron, tensando mis nervios mas y mas hasta que al fin explotaron. Retorcí las piernas y empujé el piso con los pies mientras me sobrevenía un violento orgasmo. Ahogué un gemido contra la cama y por un momento perdí la noción de todo a mi alrededor. No volví en si hasta que la mano entre mis piernas dejo de moverse, alargando orgasmo hasta dejarme agotada. Era como si toda la energía de mi cuerpo hubiera sido expulsada.
A medida que la cabeza se me despejaba, noté que mi vagina palpitaba como un segundo corazón. Mi papa retiró los dedos y temblé cuando me los pasó por el clítoris hinchado. La vergüenza traspasó mi aturdimiento. Como si me hubieran tirado un balde de agua fría, de pronto me di cuenta de lo que acaba de ocurrir.
-Ya esta… Levantate, Ana. -dijo mi papa, como si nada. Pero no podía moverme, tenia las piernas trabadas. Una risa ronca llegó a mis oídos justo antes de recibir un chirlo en el culo.
-Arriba -dijo mientras me ayudaba a levantarme. Mi cuerpo estaba entre contracturado y gelatinoso. Él se levantó también y después de cerrarse el cierre del vaquero, me subió el pantalón pijama hasta la cintura. Se aclaró la garganta y suspiró.
-No pasa nada… ¿Eh? -susurró mirándome a los ojos. Luego me pasó la mano por el pelo. Como no respondía, me rodeó con sus brazos y pegó la boca contra mi oído. -Perdóname. Nunca más voy a pegarte ¿Me escuchas..? Lo prometo. -Los ojos se me llenaron de lágrimas y un nudo apretó mi garganta. -¿No se sintió tan mal… eh? -agregó entonces, y aunque no podía ver mi rostro, desvié la mirada mortificada. Luego volvió a pegar los labios contra mi oreja, provocándome escalofríos. -Puedo enseñarte muchas cosas Ana… Ya vas a ver cómo te gustan.
Antes de que pudiera entender a qué se refería, me agarró del brazo y arrastró mi cuerpo aturdido fuera de la habitación. A penas fui consciente de recorrer el trayecto que separaba la habitación de mis padres de la mía, o de donde estaba mama mientras lo hacía. Cuando llegamos al marco de mi puerta me atrajo hacia él.
-¡No me vuelvas a hablar así! ¡¿entendido?! -gritó mientras sacudía mi brazo. Asentí, agachando la cabeza y di un traspié cuando me empujó con rudeza dentro de la habitación justo antes de cerrar la puerta de un portazo. Esa noche no dormí. Me la pase mirando el techo durante horas, confusa. Cada vez que trataba de repasar lo que había ocurrido me invadía tanta vergüenza que no podía evitar cerrar los ojos y cubrirme la cara con las manos. No podía creer lo que había ocurrido y sin embargo, no podía negarlo. Si contraía las piernas aún podía sentir sus dedos en mi interior, tocándome en un lugar donde no me había tocado nadie. Yo ya me había provocado orgasmos con anterioridad, pero esto había sido diferente, muy muy diferente. “¡Nunca podré verlo a la cara de nuevo!” La luz celeste de la madrugada traspasaba las persianas cuando, agotada a causa del insomnio, terminé por decidir que si él era capaz de fingir que no había ocurrido nada, entonces yo también era capaz.MAS EN www.somoselespectador.blogspot.com