sábado, 2 de febrero de 2019

UNA BLANCA PALOMITA











Juan Guaidó es el producto de un proyecto de una década supervisado por los entrenadores de élite de Washington para cambios de gobiernos. Mientras se hace pasar por un campeón de la democracia, él ha pasado años al frente de una violenta campaña de desestabilización.Antes del fatídico día 22 de enero, menos de uno de cada cinco venezolanos había oído hablar de Juan Guaidó. Hace solo unos meses atrás, este hombre de 35 años era un personaje oscuro en un grupo de extrema derecha políticamente marginal, estrechamente asociado con actos espantosos de violencia callejera. Incluso en su propio partido, Guaidó había sido una figura de nivel medio en la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, que ahora se encuentra bajo desacato según la Constitución de Venezuela.Pero después de una sola llamada telefónica del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, Guaidó se proclamó a sí mismo como presidente de Venezuela. Ungido como el líder de su país por Washington, un político previamente desconocido fue trasladado al escenario internacional como el líder seleccionado por Estados Unidos para la nación con las reservas de petróleo más grandes del mundo.Haciendo eco del Consenso de Washington, el comité editorial del New York Times calificó a Guaidó como un "rival creíble" para Maduro con un "estilo refrescante y una visión para hacer avanzar al país". El comité editorial de Bloomberg News lo aplaudió por buscar la "restauración de la democracia" y el Wall Street Journal lo declaró "un nuevo líder democrático". Mientras tanto, Canadá, numerosas naciones europeas, Israel y el bloque de gobiernos latinoamericanos de derecha conocido como el Grupo de Lima reconocieron a Guaidó como el líder legítimo de Venezuela.Si bien Guaidó parecía haberse materializado de la nada, él era, de hecho, el producto de más de una década de asidua preparación por parte de las fábricas de élite dedicadas a cambiar regímenes del Gobierno de Estados Unidos. Junto a un grupo de activistas estudiantiles de derecha, Guaidó fue entrenado para socavar el gobierno de orientación socialista de Venezuela, para desestabilizar el país y, algún día, para tomar el poder. Aunque ha sido una figura menor en la política venezolana, él había pasado años demostrando en silencio su valía en los pasillos del poder de Washington."Juan Guaidó es un personaje que se ha creado para esta circunstancia", dijo a Grayzone, Marco Teruggi, sociólogo argentino y cronista principal de la política venezolana. "Es la lógica de un laboratorio: Guaidó es como una mezcla de varios elementos que crean un personaje que, con toda honestidad, provoca entre risa y preocupación".Diego Sequera, periodista y escritor venezolano de la agencia de investigación, Misión Verdad, estuvo de acuerdo: "Guaidó es más popular fuera de Venezuela que en el interior, especialmente en los círculos elitistas de la Ivy League y de Washington", comentó Sequera a Grayzone: "Es un personaje conocido allí, es previsiblemente de derecha y se considera leal al programa".Mientras que Guaidó se vende hoy como la cara de la restauración democrática, él pasó su carrera en la facción más violenta del partido opositor más radical de Venezuela, posicionándose a la vanguardia de una campaña de desestabilización tras otra. Su partido ha sido ampliamente desacreditado dentro de Venezuela y es, en parte responsable, de fragmentar una oposición muy debilitada."Estos líderes radicales no tienen más del 20 por ciento en las encuestas de opinión", escribió Luis Vicente León, el principal encuestador de Venezuela. Según León, el partido de Guaidó permanece aislado porque la mayoría de la población "no quiere la guerra". "Lo que quieren es una solución".Pero esta es precisamente la razón por la que Guaidó fue seleccionado por Washington: no se espera que él guíe a Venezuela hacia la democracia, sino que derrumbe a un país que durante las últimas dos décadas ha sido un bastión de resistencia a la hegemonía estadounidense. Su improbable ascenso señala la culminación de un proyecto de dos décadas para destruir un robusto experimento socialista. (FTE: TSUR)