viernes, 6 de octubre de 2017

CONSTRUIR A LA CONSTRUCCION











Aun cuando falta el veredicto final de la Secretaría de Protección Civil, las cifras preliminares del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera lo dicen todo: luego de los sismos del 7 y 19 de septiembre, en la Ciudad de México existen más de 3 mil 800 edificaciones con afectaciones leves, moderadas y graves. Además de los 47 inmuebles derribados por la fuerza del movimiento telúrico de 7.1, decenas de ellos deberán ser demolidas, especialmente en zonas de las colonias Condesa y Roma. Mediáticamente, la situación de 3 edificios colapsados, ocuparon varias horas de transmisión televisiva y las primeras planas de los diarios y portales de Internet. En la capital del país se dio cuenta a nivel mundial del derrumbe del Colegio Enrique Rébsamen -ubicado en el número 11 de la calle Rancho Tamboreo en la Delegación Tlalpan-; la caída del edificio de Bolivar 168, esquina con Chimalpopoca y el colapso de la edificación en Álvaro Obregón 286, colonia Roma, en donde aún se mantienen las maniobras para el rescate de los cuerpos de quienes fallecieron al desplomarse en sólo 15 segundos el edificio de 6 pisos, que provocó la muerte de 49 personas. Llama la atención que muchos de los edificios de más de 3 pisos que se vinieron abajo, eran de muy reciente construcción o databan de finales de los años 80, pese a que supuestamente fueron erigidos con base a los reglamentos y protocolos emanados luego de la tragedia del 19 de septiembre de 1985. Sin embargo, colapsaron, no sólo por la inusual rudeza de los sismos, sino también por la deficiencia de los materiales empleados, la carencia de tecnología sismo-resistente, pero sobre todo, por la corrupción que campea en las Delegaciones, precisamente en las áreas encargadas de supervisar las edificaciones y hacer cumplir la ley. Una investigación realizada por el portal Sin embargo.mx -que cita informes del Colegio de Arquitectos-, señala que las trabas legales, los problemas para obtener permisos y el cumplimiento de reglamentos, hacen de la industria de la construcción la más propensa a caer en actos de corrupción. Indica que las edificaciones en la Ciudad de México se clasifican de acuerdo a su uso y destino en tipo A (no más de una vivienda unifamiliar de hasta 200 metros cuadrados, dos niveles, altura máxima de 5.5 metros); tipo B (usos no habitacionales o mixtos de 5 mil metros cuadrados y hasta 10 mil metros cuadrados con uso habitacional), y tipo C (requieren de dictamen de impacto urbano o impacto urbano-ambiental). “El Reglamento de Construcción determina que la Delegación otorgará la autorización de uso y ocupación cuando la construcción se haya apegado a lo manifestado o autorizado. Pero si del resultado de la visita al inmueble y del cotejo de la documentación no se ajusta a la licencia, se ordenará al propietario efectuar las modificaciones necesarias. Más allá de que la corrupción haya sido la principal pieza que provocó el grave problema que México afronta luego de los pasados sismos, lo cierto es que al parecer también nos hemos aislado de los avances que en materia de edificaciones sismo-resistentes (el adjetivo antisísmicas estaría mal empleado) han alcanzado otros países como Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda y Chile. Hoy -ante las evidentes consecuencias catastróficas del sismo del pasado 19 de septiembre-, el desafío es impedir a toda costa el colapso de las edificaciones y los daños entre la población, que ha ocasionado la muerte de 369 en 6 entidades, como lo informó Luis Felipe Puente, coordinador Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación (Segob). De este total, 228 personas corresponden a la Ciudad de México; 74 a Morelos; 45 a Puebla; 15 al Estado de México, 6 en Guerrero y uno en Oaxaca. Por ello, desde este momento resulta imprescindible establecer mecanismos idóneos para construir casas o edificios bajo normas similares a la NCh 433 chilena, y recurrir a la tecnología de avanzada de esa nación sudamericana, ejemplo mundial en edificaciones sismo-resistentes. Como siempre, no faltarán quienes se opongan a tal medida, argumentando que estos sistemas incrementarán el costo de las nuevas edificaciones. Sin embargo, habrá que señalar con toda energía que, a la postre, el supuesto encarecimiento en el proceso de construcción de los inmuebles, resulta infinitamente menor a los daños a la economía nacional -que en México ya superan los 38 mil millones de pesos-, y el número de víctimas se reduciría de manera drástica o sería prácticamente inexistente. Es una cuestión de lógica numérica de gran peso y alto impacto social, que debiera ser impuesta de inmediato, más allá de la infame disputa mediática por el poder y el reparto del dinero de la reconstrucción.