ALGUIEN TIENE QUE DECIRLO.-Enojo y lamento son los primeros sentimientos ante el asesinato de una joven talentosa y con enorme futuro como Yrma Lydya, cuyo último contacto que tuve con ella, fue ante su envío de un “me encanta” que colocó al calce de la anterior columna de “alguien tiene que decirlo”. Las teorías sobre si un asesino como Jesús Hernández Alcocer, autor material del homicidio de la cantante, nace o se hace, son tan diversas y contrapuestas que llegan a parecer inútiles. Lo cierto es que esta clase de escoria humana -estando en uso o no de sus facultades mentales-, crece, se desarrolla e incluso triunfa en una sociedad bajo un tejido social roído y con una distorsión de valores, en donde este tipo de rufianes, no encuentran ningún rodenticida, sino por el contrario el aplauso del consumo aspiracionista, materialista y minimizado a lo trascendente. Considerado un abogado de prestigio por ser amigo confidente de una miseria humana como Onésimo Cepeda y por su tráfico de influencias y no por su brillantez profesional; Hernández Alcocer podía acumular dinero que le permitía tener siempre una mesa reservada y los más altos halagos de la podredumbre social, que observa a los corruptos como triunfadores y personas de los máximos respetos, que en el fondo son sus semejantes morales como Carmen Salinas, que al hombre que calificaba de “increíble” como también calificaba de igual manera a Carlos Salinas de Gortari, sin empacho alguno, fue quien sacó un revolver para matar a Yrma Lydya a la que por el hecho de ser su cónyuge, la consideraba de su propiedad y su deudora de la escalera de privilegios que le había construido para su vida económica y artística y para recibir el respeto social, pero desde luego, no de las personas honorables, sino del núcleo social de apariencias e hipocresías que parecen sostener la teoría de Jean- Jacques Rousseau. No existe sistema de seguridad pública que pueda detener y prever la acción resolutoria de la acumulación de una conducta que siendo antisocial ha sido socialmente aceptada. Por ello, es importante conocer el perfil psicológico de una persona que es capaz de cometer un crimen tan atroz, como el cometido por Jesús Hernández Alcocer o por homicidas como el autor de la matanza del día 23 de mayo en el Estado de Texas, en donde un individuo , ya sea de 18 o 79 años de edad, puede levantarse en un día normal, como otro cualquiera, y después de lavarse los dientes y perfumarse con “Lune Feline”, estar cerca de un arma que le garantiza identificarse como todopoderoso y ser dueño del destino de sus semejantes; pero también es importante, un análisis de conciencia y un estudio profundo, para conocer la temperatura social que se ha convertido en desechable y desechadora, en intolerantemente agresiva, al grado de aceptar las condiciones de intervenir en una red social, y tener la incongruencia del bloqueo ante cualquier pensamiento diferente o contrapuesto, cual pistolero que determina en que momento privar de la vida a otra persona. Normalizar actos agresivos de la esfera social es tanto como no darle importancia de ensuciar aún más, una pared ya ensuciada. La impotencia se confronta ante la prepotencia, por aquellos que siendo asesinos fragantes, se les protege con una cinta negra que cubra su apariencia, mientas que las víctimas, sangran sin ningún anonimato. El dolor que está causando la muerte de Yrma Lydya debe ser semejante al examen de conciencia de nuestros actos, ya que una cosa es errar como humanos y otra perder la esencia de la moralidad, el humanismo y la salud del pensamiento.El asesinato es una acción criminal que aparece junto con la historia humana, pero el comportamiento colectivo sí tiene otras características novedosamente perversas, estimuladas y direccionantes.