En su Breve historia de la barbarie de Occidente, Morin dio cuenta de lo insuficientes que resultan las ideas deHomo faber, Homo economicus, Homo ludens y Homo sapiens para referirnos al hombre. Él ha sugerido otra:Homo demens, el hombre capaz de demencia y delirio. Lo ha hecho a sabiendas de que el ser humano acompaña su espíritu racional de fuertes dosis de odio y desmesura; pero también para subrayar el hecho de que no existe civilización alguna que, aparejado a su nacimiento, no haya adoptado y/o desencadenado distintas formas de barbarie.
Ha sido una conducta egocéntrica la que ha llevado a la humanidad no sólo a ignorar lo otro y a los otros sino a atacarlos permanentemente y a destruirlos. La esclavización, las masacres y destrucciones sistemáticas, la invención de la guerra y de los ejércitos, las conquistas y dominaciones de cualquier tipo, la limpieza de sangre, la defensa de la nación o de la patria, la xenofobia, los colonialismos antiguos y modernos, el fanatismo y los fundamentalismos, sean estos últimos religiosos o políticos. Todos son signos de barbarie. Pero a los diversos problemas que enfrenta la humanidad —los países del mundo viven divididos entre quienes tienen acceso a la información y al conocimiento, y los que tan sólo son usuarios o, incluso, ni siquiera a eso pueden aspirar, lo cual hace la brecha entre unos y otros no sólo más ancha, sino cada vez más profunda; la pobreza; el analfabetismo; la discriminación; el desempleo; el incremento de la violencia y la delincuencia organizada, etc.—, se suman otros que nos muestran que las cosas, mundialmente, no andan bien: la paz se halla permanentemente amenazada y la intervención militar es una estrategia política que se utiliza en pos de supuestos desarmes que, como hemos visto, en el fondo han permitido y alentado el saqueo y la devastación. Ésta, hoy lo sabemos, no sólo ha sido económica sino ecológica. La salud del planeta se está deteriorando y, por ende, empeoran las condiciones de nuestra existencia. Nuestra vida no sólo está en juego, se halla verdaderamente en peligro.
La agresión antropogénica del hombre para con el medio es una situación que lejos de disminuir se agrava. El calentamiento global, la degradación de la biodiversidad, las crisis que se derivan y se avecinan a partir de la extinción del petróleo —financiera y energética, pero también y quizá más ferozmente sanitaria y alimentaria— traerán consecuencias desastrosas para una sociedad que ha sido incapaz de contener su locura ecocida. Estos últimos son sólo algunos planteamientos que podemos encontrar en el texto de Luis Tamayo, titulado precisamente así: La locura ecocida. Ecosofía psicoanalítica. En este libro, el autor muestra que lo que ha privado en la historia de la humanidad es una estulticia que tiene que ver con una guerra que el ser humano ha trabado desde tiempos inmemoriales contra la naturaleza. "A partir de ese momento —dice—, y por ese acto, el hombre devino virus de la tierra".
Desde su perspectiva, el tránsito de homínido a ser humano trajo consigo un desequilibrio del ecosistema, pues al intentar alejar a la muerte de su ser, al descubrir el fuego, diseñar herramientas, domesticar animales, al dar lugar a la agricultura e ir de una economía depredadora a otra productora, acumuladora y consumista, al habituarse a vivir en la ficción del lenguaje, el hombre se olvidó prácticamente del entorno natural y comenzó su labor destructora. A partir de todo ello, dirá Tamayo, los seres humanos nos habituamos a vivir como si todo durara para siempre.
Para nuestro autor, la destrucción de la Tierra (Gea) gracias al carbón y al petróleo, descubiertos éstos desde la era industrial y empleados a partir de entonces en forma ilimitada e irracional, ha generado efectos fatales. Así, fenómenos ligados al calentamiento global (degradación de los suelos —sea por erosión o desertificación—, sequías, trombas, ondas de calor, inundaciones, incendios forestales, etc.) son armas con las que Gea se defiende de esos animales "racionales" que hemos devenido parásitos. Otras consecuencias de esta guerra contra la naturaleza se refieren al envenenamiento de la atmósfera, el agua y los alimentos, la disminución de la fertilidad de los suelos y, en muchos casos, a su franca esterilidad, producida por el uso masivo de fertilizantes y pesticidas altamente letales.
Dentro de las causas de este deterioro ambiental, Luis Tamayo destaca la sobrepoblación y es enfático cuando dice que "la humanidad ya no puede crecer sin control". Abatir este problema, en el que convergen distintos factores: el modelo desarrollista, las ideas que sugieren que el crecimiento es ilimitado y el progreso nuestro destino, incluso aquellas otras que provienen de la religión y nos invitan a "aceptar los hijos que Dios nos dé", se vinculan con una ceguera que impide advertir que las hambrunas generalizadas y las luchas intestinas derivadas por la escasez de recursos naturales, pueden estar más cerca de lo que sospechamos.
Otros efectos de este atentado contra la naturaleza que, como dejará ver nuestro autor, es producto de nuestra relación impropia con el mundo —y que no sólo es homicida sino suicida—, se refieren a la aparición de nuevas enfermedades, a la incapacidad de regeneración de los ecosistemas y al envenenamiento total de la Tierra: la desecación de las aguas, la contaminación del aire y el suelo. Este último cambiará considerablemente por el aumento de la temperatura y hará que las zonas semiáridas sean áridas y las que lo son sean superáridas. Esto generará, según Tamayo, nuevas migraciones. Y no se equivoca. El calentamiento de la Tierra propiciará nuevas riquezas y pobrezas, y nos conducirá a un nuevo tipo de nomadismo: el ambiental, el cual nos obligará a movernos a lugares donde la fuerza de la naturaleza no se nos presente tan brutalmente, el que nos hará refugiar en sitios menos hostiles o terribles.
Todo lo que aquí he apenas mencionado, Luis Tamayo lo describe y lo profundiza en su libro; y concluye advirtiendo que la locura ecocida es el resultado de una escisión que experimentó el hombre en relación con el mundo. Un mundo del que no nos hemos sentido parte gracias a un egocentrismo desmedido, a un narcisismo extremo que nos ha obnubilado la mente, extraviándonos y estupidizándonos sistemáticamente. Este rompimiento del hombre con el mundo, esta desavenencia que experimentó cuando se sintió distinto y se creyó superior al resto de la creación, ha traído efectos terribles, como nos muestra el autor con datos y análisis de diversos autores y desde distintas disciplinas.MAS EN www.somoselespectador.blogspot.com